Odio a los indiferentes. Creo que vivir es tomar partido. Quien
verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y partidario.
Indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por
eso, odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la
historia. Es la bola de plomo para el innovador y la materia inerte en
la cual frecuentemente se ahogan los entusiasmos más esplendorosos. La
indiferencia actúa poderosamente en la historia. Actúa pasivamente, pero
actúa. Es la fatalidad, es aquello con lo que no se puede contar,
aquello que confunde los programas, que destruye los planes mejor
construidos. Es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y
la sofoca. Lo que ocurre, el mal que se abate sobre todos, no se debe
tanto a la iniciativa de los pocos que actúan, como a la indiferencia de
muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunos lo quieran, sino
porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja de hacer, deja
promulgar leyes que después solo la revuelta hará anular, deja subir al
poder hombres que después solo una sublevación podrá derrumbar. Los
destinos de una época son manipulados de acuerdo con visiones
restrictas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de
pequeños grupos activos, y la masa de hombres lo ignora, porque no se
preocupa. Por eso, abomino a los indiferentes. Desprecio a los
indiferentes, también porque me provocan tedio sus lamentos de eternos
inocentes. Vivo, soy militante. Por eso detesto a quien no toma partido.
Odio a los indiferentes.
* Extracto de “La Ciudad Futura”, revista cultural publicada por Antonio Gramsci. 11 de febrero de 1917
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